El color de la resignación altamiranesca
Esta mañana no fui a trabajar, era ya tarde cuando el miércoles tomé esa decisión. Estábamos apunto de abandonar la oficina cuando Altamirano arrojó un par de trabajos de sistematización sobre mi escritorio. "Tienes que revisar, jefe", dijo casi gritando. Le miré atónito e incrédulo mientras que él no paraba de distribuir, a última hora, esos pesados trabajos que había que dar visto bueno para dar pase a la defensa.
Me reí en su cara, irónico, y con los mismos gestos de imposición él seguía sin retirar su posición. No voy a venir mañana, jefe, no creo que lo pueda revisar, le decía. "No sé yo, no sé, no sé", repetía el ecuánime colega. En esos instantes, medio enserio medio en broma, maquinaba en mi mente una manera de burlar esas responsabilidades. No es que siempre fuera así, de hecho jamás he huido de este tipo de trabajos, es más, siempre fui afable ante estas cuestiones, por eso me pareció extraño toda esta situación que pasaba en mí.
Ciertamente no podía ayudar, debía ir a la Universidad Pedagógica y concluir con mi trabajo postergado hace un par de años, y como fui llamado para completar y terminarlo, me dispuse con ello. Se lo dije sin duda, y Altamirano pareció recordar los muchos favores que le había hecho y no tenía otra opción que ayudarme. Entre su mirada baga y sin salida le oí resignarse: ¡Claro pues no, vos con tu maestría y ¿yo? Ah y ¿yo? Nos echamos riendo, medio enserio medio en broma.
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