Los carnavales, desde mis inmemoriales tiempos, quiero decir desde los tiempos de mis padres, jamás ha representado a un día especial o distinto que las ordinarias. Mis padres, en los días de carnaval, lejos de incluirse a la tradicional Ch´alla con hermanos, primos, tíos o vecinos, preferían -a la cabeza de mi muy estimado padre- pasar en familia, hacer un asado o simplemente disfrutar del feriado mirando la tele, de tal modo que cuando niño solía estar en casa jugando a cualquier cosa con mis hermanos. Mientras que para mis allegados amigos esto siempre significó jugar con globos y espumas mientras sus padres le echaban bombas a las chelas, y más tarde, por su puesto, correteaban a las imillas del barrio.
De tal manera que ahora con treinta y tantos años encima y muerto mi padre, las cosas no han cambiado. Entiendo que los carnavales son espacios de convivencia, confraternización y encuentro de viejos amigos que por la distancia y el tiempo aprovechan estas fechas para reunirse y pasar unas horas intensas. Así mismo, en nuestro país es ya cultura muy arraigado en nuestras entrañas, como una especie de promoción de nuestra cultura polifacética, en sus dimensiones bellísimas y cuantioso colorido. Así es nuestra cultura plurinacional finalmente, así es nuestra extraordinaria cultura, milenaria en todo sentido de la palabra, que a pesar de mi formación mediocre en estas acciones innatas, tengo un sentido de admiración y respeto por ella.
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