Aferrarse a un sueño aún en la absoluta soledad
Ernest Hemingway
Para Septo Día Félice,
donde esté su gloria
“Me estás matando, pez, pensó el viejo. Pero tienes derecho. Hermano, jamás en mi vida he visto cosa más grande ni más hermosa, ni más tranquila ni más noble que tú. Vamos, ven a matarme. No me importa quien mate a quién”.
Leer a Hemingway es como saborear algún caramelo de chocolate hasta chamuscar con los dientes su delgado palillo. O en medio de la arena, en horas de sol sofocante, saborear un helado de vainilla.
Y en medio de esa inmensa maestría yace un pinche poema: Los ojos son del color mismo del mar.
El viejo y el mar es una de las novelas cortas más típicas y posiblemente la obra más famosa del escritor estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961) de no más de 100 páginas. Cuenta la historia de Santiago, un viejo pescador, que se enfrenta, aún en el regazo de su vida, a un enorme pez en medio de un mar insólito por varios días y noches, y tras su victoria, es acechada por unos feroces tiburones con los que tras una batalla sin igual, cae derrotado.
Pero como en toda obra de arte, Hemingway nos enseña muchas cosas; tan simples como que siempre seremos superiores ante alguien y siempre habrá alguien superior a nosotros. Que nosotros, las personas, no somos irremplazables. Y perdemos muchas batallas en la vida.
Al leer El viejo y el mar uno siente adentrarse al terreno del enemigo sin sospechar que habrá una batalla, sin armas más que la experiencia, y ser vencido. ¿Fue realmente una batalla? ¿Quién ganó a quién? Las batallas se ganan cuando los soldados han previsto las armas, y se pierden valientemente cuando se ha entregado todo por una causa. Entonces, solo hay cansancio, dolor y algo de soledad.
La vida es como la historia de este miserable pescador que raya líneas, una y otras vez, sobre el mar. Y todo es fugaz, todo es relativo, y nada es para siempre, como muchas cosas en la vida. A veces el inconsciente llama a la realidad como el viejo que espera encontrar un pez enorme, persistente. El hecho de sumergirse en el mar, de forma intencional, es como adentrarse a la vida, con lo que se tiene, con lo que somos, para enfrentar y encarar, solos; finalmente, es una lucha solitaria, la vida. De esta forma, debemos aprender a vivir atentos, a las cosas que intenta decirnos el correr del tiempo. Como cuando el viejo está dispuesto, atento cuando la buena suerte se asoma ante sus ojos. Entonces llega el encuentro con el destino, con lo que la mente ya sabía. El encuentro con la realidad, como el limpio olor matinal del océano, lejos de la playa, lejos de su realidad cotidiana, inmerso en su soledad, una soledad que realmente no es soledad aún de los peces voladores sino la lucha entre él y su destino.
El pez grande simboliza el logro mayor que solo se consigna cuando estamos preparados para hacerlo, no es casual, es provocado. Nuestra lucha ardua comienza desde el mediodía hasta la noche entera, y toda una vida a veces, e igualmente desconocidos nuestros verdaderos problemas, como aquel misterioso pez que se esconde, aunque tira imponente, desde el fondo del mar. Pero no siempre somos fuertes: “No puedo hacer nada con él, y él no puede hacer nada conmigo, pienso. Al menos mientras siga este juego”.
Vivir así, en ese mundo fugaz como en la novela. Amar tanto que odiar tanto, porque es la única esperanza para estar bien. Allí el reto no es con el prójimo, quizá ni siquiera es con el pez, tal vez es con la cruda naturaleza, el tiempo y el espacio. Es la demostración más sublime de la valentía, que a veces, los seres humanos, estamos condenados a vivir.
La novela de Ernest Hemingway tiene estos matices, donde la fantasía y la realidad están separadas por una delgada telita. Hay soledad manifiesta, cargados de ficción, de ilusión, que aunque estemos en la multitud, persisten.
Y para terminar no puedo dejar de citar un pasaje que simplemente un maestro, como Hemingway, puede hacer con las palabras:
─ ¡Cristo! ¡No sabía que fuera tan grande!
─ Sin embargo lo mataré ─dijo─. Con toda su gloria y su grandeza.
Aunque es injusto, pensó. Pero le demostré lo que puede hacer un hombre y lo que es capaz de aguantar.
Edwin Callizaya
Septiembre 06, 2017
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