No sé. Quizá jamás. Nuestro encuentro es a sol. Pero su hermosura arrastra todas las maldiciones que uno puede imaginar. Ella, en cambio, encuentra un ser extraño, interesante que los ojos profundos debelan otras cosas no necesariamente normales (lo dijo). No es que está enamorada, sino es simple como un antojo de mujer lo que siente. Nada más. Y debes en cuando me manda fotos de aquello que la hace sonreír, perritos de peluche, comprados en un McDonald. Su nombre es parecido al poema de Claribel, de mi estimado Tamayo.
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